Jazz
EL COLOR Y LA VIDA
Como decía André Bretón: "La belleza será convulsiva o no será nada". Marina Iborra, artista de rotunda intensidad apuesta por ello y pone todas las cartas sobre la mesa cuando pinta. Transfiere a sus cuadros, con desesperación jubilosa, el caos en el que estamos inmersos, la vehemencia, la turbación y la vibración de la vida con un "aquí" y "ahora" exento de trucos que asalta con violencia perturbadora al espectador. Es como si estuviéramos ALLÍ (en el cuadro y no sólo delante de él), como voyeurs atrapados en el espacio de la pintura, participando del momento presente en la obra.
Y es que el tema preferido de esta artista es la realidad viva del ser humano. Con la efervescencia de su color, de factura fauvista, nos muestra seres poseedores de sustancia, fondo y sustrato, con una verdadera existencia real dentro del cuadro imposible de ignorar y con el mordiente afilado de las hojas de afeitar no usadas.
En estas obras, fruto del maridaje de lo caliente y lo frío, las partes incandescentes serían comparables a lo que en el jazz son los "breaks" o "solos", que se insertan en la trama de cadencia regular, mientras que azules y gamas neutras compondrían el escenario para la explosión cromática. Y es en esa intensidad desgarrada del color donde, como en un juego de azar, Marina Iborra lanza en tromba los dados para jugar al gran juego.
El juego del arte, de mostrarnos al hombre de nuestros tiempos. Tiempos de horror salpicados de maravillas.
Paco Rojas
Crítico de arte