No hay duda de que en las últimas obras de Marina Iborra hay un poderoso interés por la luz. Quienes hemos tenido la suerte de seguir su trayectoria plástica, su exploración en la forma, su ahondamiento en la figura, experimentando con materiales diversos - lápiz y tinta, grafito y óleo-, sabemos que no hay nada gratuito en sus nuevos trabajos. Pero lo que de verdad llama poderosamente la atención es, precisamente, ese tratamiento tan particular de la luz, moviéndose en un soporte con el único cromatismo del blanco y del negro.
Marina fotografía lo que su ojo observa o lo que su mirada imagina. En sus cuadros, la realidad se funde con la ficción en una suerte de espejismos que se resuelven con una fijeza verdaderamente asombrosa: unas veces se aproxima tanto al hiperrealismo que es difícil dilucidar si nos hallamos ante una obra elaborada por su mano o si se trata de una auténtica reproducción fotográfica; otras veces distorsiona la figura y su entorno para dotarlos de una sugerente ensoñación. En ambos casos, lo que queda probado es el virtuosismo de una artista que es capaz de someter la realidad a su poder creador y dar su lectura de luz y de sombras con la precisión o el sueño que le sugiere el instante. Todo un regalo para los ojos.
José Luis V. Ferris